Luis Hernández Navarro
Junio 11 de 2024
Tatiana Coll fue a la marcha del 10 de junio de 1971 con Salvador Zarco y su entonces esposa, Mercedes Perelló. Chava, quien se convertiría en importante dirigente ferrocarrilero, acababa de salir de Lecumberri, donde estuvo preso por participar en el movimiento estudiantil-popular de 1968 (https://shorturl.at/Drnn2). Mercedes tenía un embarazo de muchos meses.
Dudaron en ir. No sabían si era prudente que Jerónimo (el nombre de batalla de Salvador en la Liga Comunista Espartaco) participara, pero les ganó el entusiasmo sesentayochero. Decidieron no estar en la avanzada para no aparecer como dirigentes. Zarco sugirió: Vámonos mucho más atrás con los chavos. Así lo hicieron.
Camino a integrarse en la manifestación, vieron en las calles cercanas movimientos sospechosos de granaderos y carros con agentes. Pero siguieron adelante. Cuando se desató la represión salvaje alcanzaron a guarecerse en una fonda que justo bajaba la cortina. Estaban muy preocupados por la enorme panza de Mercedes. Durante tres horas, bebieron un café de olla tras otro, mientras escuchaban que afuera todo retumbaba. Unas jóvenes que también pudieron entrar estaban hechas un mar de lágrimas.
Entre sorbo y sorbo y estruendo y estruendo, a Tatiana se le vinieron encima sus recuerdos del 2 de octubre de 1968 en Tlaltelolco, cuando salió de puritito churro con su prima Isabel y Emilio Reza, minutos antes de que se desataran los demonios. También, la noche en el Zócalo cuando entraron los tanques y ella llegó un poquito tarde porque, cosas del destino, había pasado a comprar pan.
Encerrados en la pequeña cafetería escucharon claramente disparos, gritos y golpes contra la cortina de metal. Al salir, la calle de la Normal estaba regada de zapatos, libretas, bolsas, mochilas.
Su presencia en la manifestación no era una ocurrencia. Tatiana se acercó a la izquierda desde el día mismo en que nació. Su padre, Óscar, arquitecto de profesión, era refugiado español. Combatió en la Guerra Civil, obtuvo el grado de capitán en el Quinto Regimiento, participó en la Batalla del Ebro y militó en el Partido Comunista. Por el lado de su madre, su abuela Margarita se incorporó en el brazo armado del partido Socialista Revolucionario de Rusia y se exilió con su familia en París. Sin embargo, más allá de la obligación de mantener la línea familiar de insumisión, fue en 68 cuando tomó un compromiso individual.
Ese año entró a estudiar filosofía en la UNAM. Enseñaban allí grandes profesores como Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro y Eli de Gortari. Tatiana traía lo de Cuba muy adentro. En 1962 su papá viajó a la isla a un congreso de arquitectura y regresó muy entusiasmado. Ese fervor resultó contagioso. El 26 de julio, la joven estudiante de 18 años participó en un mitin frente al Hemiciclo a Juárez, celebrando la revolución caribeña. Al terminar, caminando con otros compañeros para abordar un autobús, sobre lo que hoy es Lázaro Cárdenas, se dejaron venir los granaderos persiguiendo a los chavos de la voca 5. Se armó un gran desmadre.
Ese mitin, la represión y el movimiento la aventaron a la vida misma y a la militancia. Asistía a reuniones con Roberto Escudero, Carlos Sevilla y Eduardo Lizalde. Allí conoció a José Revueltas. Siguieron las asambleas, las brigadas del volanteo, los mítines relámpago, las pintas. Fue un periodo de aprendizajes como nunca, de lecturas a medianoche, discusiones acaloradas, reuniones por toda la universidad…
Después, conoció a Yamile Paz Paredes, a Renato Ravelo, al Indio (Salvador Zarco) y a su esposa, Mercedes Perelló. Mercedes había sido alumna de su tía, Josefina Oliva de Coll. Chava ya estaba preso. Consiguieron que Mercedes habitara un departamento de un cuartito con una cocinita y un
bañito. Empezó una amistad muy fuerte entre ellas, que se estrechó con las visitas a la cárcel todos los domingos, a visitar a Jerónimo y otros presos políticos. Para ella era como un desdoblamiento: el día a día de las actividades y grillas en la universidad y luego la realidad de la cárcel. Tatiana comenzó a trabajar por las mañanas como secretaria de Arnaldo Orfila Reynal en Siglo XXI.
Mercedes le pidió ayuda para la confección del periódico Lucha Popular. Ingresó a la Liga Comunista Espartaco como multiusos. “Recuerdo –cuenta– que tenías que leerte como 20 veces los artículos permanentes y las tesis filosóficas del presidente Mao”.
En junio de 1970, fue a la zafra de los 10 millones en Cuba, con una Brigada Latinoamericana. Se le revivió todo el espíritu de la Guerra Civil que circulaba por sus venas. En la isla todo fue significativo. El mismo día que llegó escuchó un impresionante discurso de Fidel Castro. Allí conoció a los guatemaltecos del EGP. También, a brasileños de la Alianza Libertadora Nacional, de Carlos Marighella, que entrenaban en Cuba. Y a unos venezolanos que habían estado con Douglas Bravo. Entró en contacto directo con la realidad de las izquierdas latinoamericanas, conoció al que iba a ser su pareja y papá de sus hijas (Mariana y Tatiana), y a los compañeros del Departamento América, del partido, dirigido por el comandante Piñeiro.
La experiencia la marcó para siempre. A partir de entonces, su vida se confunde con grandes momentos de las luchas de liberación nacional en el continente. De regresó en México colaboró con revolucionarios latinoamericanos que necesitaban cobertura y traslados, hizo trabajo campesino y se trasladó con su pareja al Chile de la Unidad Popular, hasta el golpe de Estado contra Salvador Allende. A punto de dar a luz, se refugió en la embajada de Argentina (https://shorturl.at/Umnxv).
De regreso a México, ¡fue periodista en Por Esto!, se sumó al PSUM y rompió con el partido junto a Alejandro Gascón Mercado y su compañero César Navarro, para fundar el PRS y la UGOCM-Roja. Socióloga de la educación, ha acompañado las luchas de la CNTE. Sobreviviente del 2 de octubre y del 10 de junio, luchadora incansable por el cambio, la gran pasión de su vida tiene un nombre: Cuba.
Twitter: @lhan55