Luis Hernández Navarro
Abril 9 de 2024
En 1937, acompañados por dos colegas, el tornero Mónico Rodríguez, jaló desde el Mante, Tamaulipas, rumbo a Zacatepec, Morelos, con un contrato para trabajar en el ingenio. En la Ciudad de México, pasaron la noche en el rascuache hotel Regio Amatlán.
Al dormirse, el habilidoso mecánico que sería profesional del Partido Comunista, consejero y amigo de Rubén Jaramillo y organizador de obreros y campesinos, soñó que él y sus compañeros visitaban el mural de Diego Rivera en Palacio Nacional, en el que el guanajuatense plasmó las imágenes de Emiliano Zapata, Felipe Carrillo Puerto y José Guadalupe Rodríguez, con la consigna Tierra y libertad estampada en una manta roja.
Como lo recuerda Julián Vences, en su sueño, Rodríguez, convencido de que el comunismo es el arte y la ciencia de la liberación del proletariado, y formado en la lectura de El Machete, le decía a sus compas: Admiren la obra de un comunista, cuando de repente se les apareció Diego, con su yompa ferrocarrilera y su gran vientre y lo saludó, como si fueran grandes camaradas. La primera campanada de la Catedral lo despertó a las 6 de la mañana.
El indómito Mónico siguió su viaje a Jojutla, tras visitar el zoológico. En Morelos se integró a la célula comunista, orientada por el peluquero Francisco Ruiz, El Gorra Prieta, que acercó a Rubén Jaramillo a las filas del partido y fundador del sindicato Carlos Marx en el ingenio de Atencingo. Desde entonces, muchas de las andanzas políticas de Rodríguez estarían asociadas al pastor metodista continuador de la lucha de Zapata y al movimiento que se formó a su muerte.
Extraordinario narrador, Rodríguez contaba las más fabulosas historias reales que uno pueda imaginar; al terminar su relato, remataba, ante la cara de incredulidad de sus escuchas: “Bueno… no sé si así pasó, si lo soñé o lo inventé… Pero qué bien suena, ¿no?”
Rubén, como le decían sus compañeros, era, ni más ni menos, el puente entre el viejo zapatismo y la moderna lucha socialista armada. A su modo, lo señaló el cantautor José de Molina en su corrido dedicado al líder asesinado junto con su esposa e hijos por Adolfo López Mateos. Tres jinetes en el cielo, / cabalgan con mucho brío, / esos tres jinetes son: / Che, Zapata y Jaramillo, dice la última estrofa del himno.
Incansable, hasta el 4 de diciembre de 1998, Mónico siguió soñando con Diego, con Zapata y con las luchas de liberación de proletarios y campesinos. No le faltaba razón en asociar a Rivera con el caudillo del sur. Como señala Diego López, en buena parte fue el artista quien lo colocó en el imaginario nacional a través de su arte. Según Bertram Wolfe, biógrafo y amigo del pintor, el jefe del Ejército Libertador del Sur es personaje central de algunos de los paisajes más poéticos del muralista.
Lo fue desde 1915, cuando aún no regresaba a vivir a México (1921). En París, pintó Paisaje zapatista, lienzo en estilo cubista, lleno de colores cálidos y brillantes, en el que aparecen la campiña serrana mexicana con rifle agrarista y sarape de por medio, como homenaje a quienes se levantaron al grito de ¡Abajo haciendas! Viva pueblos. Desde entonces, el fantasma de mi general lo acompañó a lo largo de su vida.
Además de aparecer en el mural de Palacio Nacional, la imagen de Zapata fue plasmada por Rivera en los frescos Visión Política del Pueblo Mexicano, de la Secretaría de Educación Pública; en Historia del estado de Morelos, conquista y revolución, de la terraza del Palacio de Cortés, en Cuernavaca, Morelos; en la Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo; a caballo entre sus tropas en Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central y hasta en Historia del Teatro en México. Su rostro es materia prima de múltiples cuadros de caballete.
Sus murales ilustraron una de las primeras visiones globales de la historia nacional desde una perspectiva materialista histórica, escrita por Alfonso Teja Zabre y distribuida masivamente en las escuelas públicas. Sus críticos la describieron como Historia dieguina de México.
Además de él, muchos artistas tomaron la imagen de Zapata y su causa como tema de su obra. José Clemente Orozco (primero en contra y luego a favor), David Alfaro Siqueiros y Miguel Covarrubias, pasando por el Taller de Gráfica Popular o pintores como Gurrola, tienen al de Anenecuilco y al zapatismo como figuras relevantes de su producción artística.
No se trata sólo de una temática interpretada por artistas consagrados. Lo mismo sucede en las normales rurales del país (Amilcingo, San Marcos, Ayotzinapa, Hecelchakán, Mactumactzá, Tiripetío y un largo etcétera), en locales de organizaciones sindicales, campesinas y urbano populares o en la gráfica de la prensa de izquierda y movimientos sociales. Y, por supuesto, en muros de escuelas y clínicas de los territorios rebeldes zapatistas.
Muy probablemente, en el México de hoy, los dos héroes populares más recreados en pintura, grabado, dibujo y serigrafía son Che Guevara y El Caudillo del Sur. Múltiples organizaciones populares toman su nombre de él. En manifestaciones de protesta es consigna infaltable ¡Si Zapata viviera / con nosotros anduviera!
A un tiempo sol y luna, nacida de la conjunción del nacionalismo educativo estatal y el muralismo y la gráfica comunista, con la lucha revolucionaria de los campesinos sureños como telón de fondo y sustento, y echada a caminar en mucho por Diego Rivera, la representación del jefe del Ejército Libertador del Sur es reivindicada por distintos campos político-culturales.
No es una apropiación políticamente neutra. La figura de Zapata está en disputa. La reivindican viejos y nuevos agraristas de Estado y quienes impulsan la autonomía indígena y campesina; las agencias de desarrollo e integración estatales y los movimientos antisistémicos; los que buscan una cuota de poder en la próxima administración y aquellos que resisten macroproyectos, neoindigenismo y exigen el esclarecimiento del crimen de Samir Flores, hasta hoy impune. Este 10 de abril veremos el alcance de este pulso. Soñar a mi general sigue a la orden del día.
Twitter: @lhan55