Luis Hernández Navarro
Julio 24 de 2022
Tan frondosa y exuberante como la geografía chiapaneca es su cosecha de poetas. Parafraseando el Himno Nacional y exagerando un poco (pero sólo un poco), puede decirse que en esas tierras un poeta en cada hijo te dio. Y, a pesar de que su vastedad no riñe con la calidad de su obra, sobresalen sólo unos cuantos. Óscar Oliva es, sin duda, uno de ellos.
Poeta de la perseverancia, nacido en 1937 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2021, Óscar es, a un tiempo, autor chiapaneco, mexicano y universal. Lejos de una visión idílica o bucólica, de su pluma nacen los más bellos poemas épicos y los más tórridos versos de amor, alimentados por el imaginario zoque del que abrevó jugando con otros niños en su infancia, la fulguración del paisaje chiapaneco y la historia contemporánea viva de los de abajo.
Oliva se educó en la mejor tradición de la educación racionalista, que se nombró socialista, heredada del cardenismo. Asistió a la Escuela Primaria Camilo Pintado, donde se combinaba el trabajo manual con el intelectual, la teoría con la práctica, la enseñanza con la recreación. Cartas marcadas, anticipación de lo que sería su futuro, durante los seis años que estuvo en sus aulas, el autor de Estado de sitio participó y ganó los concursos de declamación organizados cada año.
Óscar se adentró en el mundo de los libros de la mano de su abuelo Hermelindo Oliva, quien a lo largo de su vida leyó una sola obra: El Quijote. Aprendió a deletrear más allá del abecedario lírico, guiado por la lectura y las enseñanzas de Rubén Darío, Carlos Pellicer, Agustí Bartra, Pablo Neruda y César Vallejo. Convivió y se alimentó de la amistad de Jaime Sabines, Rosario Castellanos, José Revueltas, Efraín Huerta y Juan de la Cabada. Con varios de ellos confraternizó en formativas tertulias cantineras, en las que se bebía ron Castillo, responsable, según decía en broma Oliva, de la muerte de varios poetas.
Junto a sus queridos cómplices de la Espiga Amotinada, a un tiempo hermanos y maestros, Jaime Augusto Shelley, Juan Bañuelos, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida, le propinó un escobazo al panal de la República de las Letras, repudiando el poema como juego estético que se mira al ombligo.
Marcado por el magma de la insumisión de la época
Llegó al monstruo en 1957, con 20 años de edad. Se fue a vivir a la calle Academia, en el Centro. Conoció la ciudad caminando y recorriendo sus barrios. Entraba a la Catedral y se sorprendía con la imagen del Señor del Veneno. Se inscribió en la carrera de Leyes en la UNAM, pero la abandonó para asistir a la Facultad de Filosofía y Letras, donde estudiaban jóvenes mucho más hermosas.
Militó en la Liga Leninista Espartaco de José Revueltas, al lado de Eduardo y Enrique Lizalde, Óscar Chávez y Tita Singer, Francisco González y Enrique González Rojo. Varios de sus poemas están dedicados a sus antiguos camaradas. Fue sacudido por la caravana/peregrinación de los mineros de Nueva Rosita, la herida abierta por la traición al jaramillismo campesino, el vendaval del vallejismo ferrocarrilero y el othonismo magisterial, por las guerrillas latinoamericanas, por la esperanza del triunfo de los barbudos en Cuba y por el ciclón del movimiento estudiantil popular del 68.
Marcado por el magma de la insumisión de la época, convencido, como decía Vladímir Mayakovsky, de que para hacer una poesía de contenido revolucionario debía tener una forma revolucionaria, escribió en Al volante de un automóvil, por la carretera panamericana de Tuxtla a la
Ciudad de México: llego por primera vez a la Ciudad de México, / soy un hombro más de la multitud al dar un paso, / gases lacrimógenos me hacen rabiar, / trenes descarrilados en las terminales, / las vías levantadas, y el ataque / del Ejército, policías y granaderos / de formación a paso de batalla, / el Zócalo reducido a un culatazo en la frente, / vendrán otras batallas, nos decía José Revueltas, / los ferrocarrileros pasan frente a mí levantan el puño y saludan. El verso forma parte del libro Estado de sitio. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1971.
Sus últimos libros, producto del retorno a la geografía originaria
Con el levantamiento zapatista en Chiapas en 1994, Óscar regresó a su tierra natal, donde recuperó su primera educación sentimental. Además de ser parte de la Comisión Nacional de Intermediación encabezada por el obispo Samuel Ruiz, fue sacudido por los verdes selváticos, las estrellas luminosas desaparecidas de los cielos de la gran urbe, las cañadas, el sol aprisionado y la vitalidad del mundo indígena. Sus libros Lienzos transparentes y Estratos son producto de este fructífero retorno a la geografía originaria.
Maestro de varias generaciones y promotor cultural excelso, Óscar ha trabajado a lo largo de los años una genuina y original arquitectura verbal, pulida con la paciencia y precisión del más experimentado artesano, que es simultáneamente reto y hazaña. La complejidad y riqueza de su producción, mezcla de rabia y magia, luz y horror, abismo y pasión, en medio de un juego de espejos, hacen de su producción un entrañable testimonio de nuestros tiempos.
Óscar Oliva es un poeta mayor. Con sus versos testimonia la memoria de la imaginación, alimenta nuestros sueños y permite comprender el tamaño y naturaleza de nuestras pesadillas. Premiarlo es un acierto.
Twitter: @lhan55