Luis Hernández Navarro
Agosto 11 de 2020
Decía el director de cine italiano Federico Fellini: La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural.
La crítica del ganador de cuatro premios Oscar a la televisión fue implacable. “No es un medio de expresión –sentenciaba–. No es más que un medio de distribución que, aunque difunde películas, las deforma, las mutila; le deja al espectador, en el mejor de los casos, un sentimiento de complacencia algo turbia y un voyeurismo barato.”
La opinión del director de La dolce vita –recordada recientemente por el profesor Juan Carlos Miranda Arroyo– es un escalímetro preciso para evaluar el reciente anuncio del gobierno federal de a aliarse a cuatro consorcios mediáticos, Televisa, Tv Azteca, Grupo Imagen y Grupo Multimedios, para transmitir las clases del próximo ciclo escolar 2020-21, a través de seis canales de televisión abierta.
Parafraseando a Fellini, podemos afirmar que la impartición de clases a través de la televisión privada es el espejo donde se refleja la derrota de nuestro sistema educativo. La televisión no es la escuela, no enseña, no forma críticamente. Genera sí, la complaciente ilusión de que no se desperdicia el tiempo, de que, a pesar de la pandemia, el ciclo escolar avanza. En el mejor de lo casos, entretiene. A lo sumo, difunde unilateralmente información, no necesariamente significativa para enfrentar los retos de la época. Proporciona a las autoridades del sector la turbia fantasía de que controlan el proceso de enseñanza. Como ha señalado Gustavo Esteva, el modelo de educación híbrida asociada a la televisión, es como las semillas híbridas: un producto estéril.
El Acuerdo por la Educación tiene implicaciones relevantes en la recomposición del poder en México. Los barones de la telecracia que recién lo firmaron, fueron invitados por el presidente López Obrador a su gira a Washington el pasado 8 de julio, y asistieron a la cena con Donald Trump y sus comensales empresariales. En el salón este de la Casa Blanca estuvieron Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas y TvAzteca y segundo hombre más rico del país. Bernardo Gómez, codirector ejecutivo de Grupo Televisa. Olegario Vásquez Aldir, propietario de Grupo Empresarial Ángeles y Grupo Imagen. Y Francisco González Sánchez, de Grupo Multimedios.
El Acuerdo por la Educación entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y los consorcios mediáticos bautizado como Aprende en Casa II es un oasis en el desierto para las televisoras. Tan pronto fue anunciado, los mercados respondieron con beneplácito. Las acciones de las principales firmas de medios treparon vertiginosamente. En 48 horas, los papeles de Televisa acumularon un avance de casi 15 por ciento en dos sesiones, en tanto que los de Tv Azteca sumaron más de 18 por ciento (https://bit.ly/33HOMbN).
Pese a que el Estado mexicano dispone de tiempos fiscales oficiales en radio y televisión (que condonó unilateralmente en abril de 2020), la telecracia recibirá como pago del gobierno por la difusión de contenidos educativos, 450 millones de pesos, tarifa que el Ejecutivo considera social. Adicionalmente, se darán contratos por 36 millones de pesos a una empresa outsourcing que labora para el Grupo Elecktra, para elaborar materiales audiovisuales para el regreso a clases.
Sin embargo, más allá de los pesos y centavos por la venta de servicios, la verdadera importancia del acuerdo en términos de negocio no está allí, sino en la audiencia cautiva y el rating que las transmisiones de Aprende en Casa II le acerca a los consorcios mediáticos: 30 millones de niños y jóvenes, más de millón y medio de maestros y un número indeterminado de padres de familia.
Hasta ahora, las televisoras estaban muy lejos de vivir tiempos gloriosos. Éstos desaparecieron desde hace años. La vaca se secó. El modelo de negocio se agotó. Sus ratings cayeron en picada. Perdieron a los jóvenes. Las ganancias multimillonarias se esfumaron. Para sobrevivir, debieron hacer dolorosos ajustes. Ejemplo: la televisión abierta representaba para Televisa hace unos años más de 80 por ciento de sus ventas. Hoy le significa 37.8 por ciento (https://bit.ly/2DRpME4).
El Acuerdo Educativo revierte milagrosamente esta situación. No sólo legitima a la telecracia, disfrazando sus negocios de filantropía. Coloca obligadamente a millones de niños y jóvenes frente a las pantallas. De esta manera, el espacio público escolar será ocupado por empresas privadas.
Con Aprende en Casa II, la SEP ignoró olímpicamente miles de experiencias pedagógicas y didácticas exitosas que profesores de todo el país desarrollaron con imaginación y compromiso durante la pandemia. Despreció su capacidad, vocación y disposición de servicio. Reforzó la concentración de poder de la tecnoburocracia educativa. Simuló el regreso a una normalidad que sólo existe en los deseos de la autoridad, mientras dejó de lado lo que verdaderamente se puede y debe aprender para enfrentar un momento extraordinario como el actual.
Sí, parafraseando a Fellini, podemos afirmar que la impartición de clases por la televisión privada es el espejo donde se refleja la derrota de nuestro sistema educativo. Pero, también, el retorno triunfal de la telecracia, vestida ahora de benefactora pública.
Twitter: @lhan55