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Guerrero: Y después de la tormenta no vino la calma

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San Marcos, una de las comunidades de la Montaña de Guerrero afectada por las tormentas, discute, sin ningún apoyo técnico de los gobiernos, si se lleva su vida a otra parte. La incertidumbre domina entre los pobladores.

Ligia García y Jaime Quintana Guerrero

noviembre 24, 2013
Fotos: Ligia García

 

San Marcos, Metlatonoc. A sesenta días de que la tormenta Manuel pasara por el estado de Guerrero, ocasionando destrozos y pérdidas de cosechas y de vidas humanas en las comunidades de la Montaña, los habitantes viven en medio del miedo a los derrumbes por lluvia o temblores, de promesas incumplidas del gobierno del estado y de falta de alimentos, medicinas y doctores.

El miedo se siente, relatan los habitantes ñuu savi (Pueblo de la Lluvia) del poblado de San Marcos, una comunidad que pertenece al ejido de Zitlaltepec, municipio de Metlatonoc, cuando señalan hacia el cerro que se derrumbó y arrastró por más de cinco kilómetros a un joven de 18 años de la comunidad. “Encontramos su cuerpo cerca de Chilistlahuaca, y los de varios más dentro de la tierra”, explica una habitante.

Ante el abandono de la autoridad estatal y federal, la confusión y el temor permean. Están conscientes de que con lo único que cuentan es con la organización comunitaria y no están dispuestos a permitir una muerte más, afirman.

La comunidad de San Marcos se encuentra enclavada en la Sierra del Aguililla, una cordillera montañosa de aproximadamente 2 mil 550 metros de altura sobre el nivel del mar, muy cercana al río Piedra Parada. Es una comunidad del México rural. En su centro hay una cancha de baloncesto, una comisaría y la comandancia de su policía comunitaria, de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC-PC) y dos escuelas, una primaria y un preescolar.

En San Marcos son cerca de 110 familias, relatan los habitantes en medio de una caminata por la montaña. Hace 24 años decidieron formar una nueva comunidad, por problemas agrarios y familiares que los orillaron a salir del ejido. Se trata entonces de una comunidad joven, y muchos de sus habitantes son niños. Cuentan con sus Principales, gente mayor que da opiniones a la comunidad. Se sientan en la comisaría y convocan a la comunidad para consultar e informar de lo que se puede hacer.

El ejido de Zitlaltepec está también amenazado por el proyecto de la Reserva de la Biosfera de la Montaña. En meses pasados, los habitantes declararon que como pueblos originarios de la Montaña rechazan la creación de la reserva porque implica “que el gobierno federal tome el control de los territorios ancestrales; nos someta a normatividades ajenas a nuestras formas de organización comunitaria, prohibiendo realizar nuestras actividades tradicionales relacionadas con el uso y disfrute de nuestros bienes naturales”.

En el horizonte de la Sierra de la Aguililla, a unos cuantos kilómetros, los habitantes señalan que se encuentra la mina de San Javier y el proyecto La Diana, que ya fue rechazado por el ejido. Al otro lado se encuentra San Miguel Amoltepec, otra comunidad que sufrió la devastación traída por el huracán Manuel.

La reubicación, incierta

Simona, ñu savi, menuda y de casi 90 años, vive en la ladera donde se necesitan estudios topográficos y geotécnicos. Las familias que habitan en esta ladera deben reubicarse. Ella, junto con su esposo, tiene la vivienda más cercana al sitio de riesgo. Se le ve tranquila a pesar de que perdió su milpa sembrada en la ladera, que se desgajó y se llevó toda su cosecha.

La fisura que atraviesa el terreno amenaza con que habrá un nuevo desprendimiento de tierra de enormes proporciones, que puede arrastrar lo poco que quedó de su milpa, pero Simona sube sin problemas desde su vivienda, la vigila, trata de rescatar las pocas plantas que quedaron, consigue leña y baja con su cargamento recorriendo un serpenteante camino que sabe de memoria.
Los habitantes de San Marcos se miran confundidos, atemorizados ante la posibilidad de más derrumbes y la pérdida de más vidas; se reúnen en la comisaría e incluyen la participación de mujeres, para tratar de entender qué sigue en su destino. Tienen en mente la reubicación total del poblado.

Uno de los rumores es la reubicación, a partir de un “dicho” del presidente municipal de Metlatónoc, quien les informó que tienen que reubicarse para que les construyan sus casas. Los habitantes de San Marcos suponen que existe un dictamen técnico que nadie conoce, elaborado por alguna dependencia de gobierno. Ninguna autoridad comunitaria sabe si éste existe a ciencia cierta, sólo se comenta sobre hechos aislados, que si aterrizó un helicóptero en la montaña del cual bajó una persona durante un rato. Nada más, ninguna información, ningún dato duro que corrobore o despeje dudas, ninguna autoridad que los oriente.

Las promesas y rumores es lo único que llega. Las familias se debaten entre reubicarse totalmente o permanecer en su comunidad, a la que llegaron hace casi veinte años. No hay elementos técnicos y sociales para tomar la decisión. Los que sí llegaron fueron los militares de los comedores comunitarios de la Cruzada Nacional contra el Hambre. “Llegan cada tres días, enseñan a cocinar y se vuelven a ir”, relata una de las mujeres.

En una reunión de ejidatarios de Zitlaltepec se acordó la donación de un área de terreno cercana a la comunidad para hacer la reubicación. Los de San Marcos ven que el área es insuficiente, los solares estarán muy pequeños y no les permitirá la siembra de sus huertos o levantar los corralitos para sus animales.

San Marcos se asienta hacia el oriente de una elevación montañosa de más de 500 metros que sufrió fuertes desgajamientos en dos de sus lados. Hacia el lado norte, el desprendimiento fue fatal. Un volumen de tierra de inmensas proporciones sepultó las viviendas localizadas en la orilla del camino de acceso y lo obstruyó totalmente. Los pobladores estuvieron totalmente incomunicados por más de tres semanas, hasta que llegaron “las máquinas”.

Antonino, el comisario municipal, tiene detectada una enorme fisura en la parte más alta de la montaña fracturada. Es posible que el desprendimiento de otro enorme volumen de tierra suceda pronto. No se sabe cuándo, pero puede ocurrir otra tragedia, que debe estar prevista antes de la siguiente temporada de lluvias o de que suceda un temblor –pues esta región es zona sísmica; se localiza aproximadamente a 400 kilómetros de Ometepec, epicentro de los más recientes temblores. Si sucede este desgajamiento -que puede ser provocado y controlado, comenta alguien- la montaña estará aún más frágil. Su flanco oriente, donde se concentra un gran número de viviendas, no está debidamente soportado y puede también venirse abajo.
Los ñu saavi recuerdan que “el trueno del derrumbe se escuchó y sintió como un fuerte temblor, las demás montañas vibraban”. Hacia el lado sur, los desgajamientos fueron menores, pero en mayor número. Fallecieron cuatro personas, dos niñas, un anciano y un joven cuyo cuerpo fue arrastrado por el torrente de lodo, agua y piedras durante kilómetros hasta casi la costa.

En el poblado hubo casi 17 viviendas afectadas, algunas destruidas en su totalidad. En asamblea se propuso que estas familias acampen en el nuevo sitio, sin ningún tipo de servicio, bajo improvisadas cubiertas hechas de láminas galvanizadas o lonas, materiales ambos que potencian las inclemencias climáticas. Las familias habitaron ahí pocos días, no resistieron.

Alejandra, cabeza de una de las familias, y su marido, decidieron regresar a su vivienda parcialmente colapsada, y ocupar todos, con alto hacinamiento, la única habitación que quedó en pie. La desesperación gana y el llanto aparece, pues no saben qué decisión tomar. En la parte posterior de su vivienda colapsada, la pared de tierra vertical de la montaña es una amenaza permanente cuando viene la lluvia.
No hay certeza alguna acerca de su futuro inmediato. Quizá la apuesta afuera es el olvido y diluir la emergencia ante el próximo fin de la temporada de lluvias, pero los habitantes de San Marcos saben que la montaña está fracturada y no pueden apostarle al futuro sin que exista la posibilidad de repetir la experiencia.

El nuevo sitio para la reubicación no ofrece las garantías de seguridad requeridas para tomar una decisión así. Puede resultar tan riesgoso como el actual. Para la comunidad representa una alternativa, pero no cuentan con la información o una propuesta que les permita tomar la mejor decisión, ni dictámenes, ni estudios, ni se vislumbran los posibles costos, solo la incertidumbre.

Iniciar un proceso de reubicación total de una comunidad es un desafío de enormes proporciones que, a todas luces, puede resultar traumático para los pobladores. Partir de cero para intentar hacer la vida en otra parte ¿será lo mismo para Simona, con sus 90 años a cuestas, que para Maurilio, con cinco pequeños hijos? Las preguntas que los habitantes de San Marcos se hacen son muchas, una de ellas es ¿apoyados y asesorados por quién? Ninguna autoridad ha aparecido para decirles dónde, cuándo y cómo, y las tardes aún se cargan de nubes grises amenazantes.

 

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