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El maestro Ulises Martínez y el 26 de septiembre

Luis Hernández Navarro

Septiembre 24 de 2024

El 26 de septiembre de 2014, la vida cambió radicalmente para el hoy maestro Ulises Martínez Juárez. Nacido en Tixtla, Guerrero, hijo de un policía comunitario, era entonces estudiante de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. La noche de Iguala lo marcó para siempre. Sus 43 compañeros desaparecidos le duelen en lo más profundo del corazón.

Ese 26 de septiembre –recuerda– era viernes. Muchos compañeros ya no estaban. Se había dado una indicación a los foráneos de que se fueran a su casa porque se pretendía hacer un pequeño ahorro en raciones. La Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) iba a llegar. “Estábamos preparando la marcha del 2 de octubre. Como soy de aquí, yo me quedé. Me preparaba para las prácticas profesionales y para hacer los gafetes.

“Era noche, cuando compañeros del comité pasaron a tocar la puerta para avisarnos que había una emergencia y convocarnos a la cancha de basquetbol. Salgo y me encuentro a varios compañeros y les pregunto qué pasa. Me dicen que los de primero estaban en Iguala y habían sido balaceados. Se hablaba de un compañero muerto: Aldo Gutiérrez.

“Salí con una playera. Hicimos una pequeña reunión en la cancha y acordamos ir a ayudarlos. Teníamos dos Urbans, con una capacidad para 15 o 20 personas. Eran tantas las ganas de apoyar y la impotencia, que nos fuimos como unos 30 en cada una. Me subí adelante. Allí íbamos cuatro personas.

“Era un relajo. No sabíamos muy bien qué pasaba. Llamaba y algunos ya no contestaban. Hablaban que había muertos, heridos, detenidos. Yo les decía: si los chavos están detenidos los vamos a liberar. Pedíamos que no murieran los chavos. Es que ya llevábamos varios muertos. La cuestión de 2011, de 2014 nos lastimaba.

“El viaje a Iguala era un poco pesado. Se veía como de terror. Había relámpagos. Se venía un aguacero. Eran las 9 o 9 y media, y estábamos solitos en la carretera. Sabíamos cómo estaba la situación política y el crimen en Iguala.

En el crucero a Huitzuco encontramos una camioneta de tres toneladas roja, atravesada. El chofer de la Urban se detuvo tantito. Del lado derecho había gente armada. Un policía nos advirtió: ‘párense, hijos de ch…’, y nos apuntó. Yo me dije ‘hasta aquí’. En segundos, se me vino toda la familia y toda la vida. Le dijimos: síguete. Maniobró y pasamos. Aceleró.

“Pensaban ir más chavos de la normal. Les marqué y les dije: son narcos, no vengan. Creíamos en ese momento que era para impedir que entraran más refuerzos. Con el tiempo nos dimos cuenta que era para evitar que salieran los autobuses.

“Llegamos a Iguala entre 10 y 10 y media. Había un retén de la policía municipal. Encontramos un autobús balaceado, con los vidrios rotos y las llantas ponchadas. Ya no vimos a nadie. Nos seguimos. Íbamos recio. Del lado derecho vimos a varios chavos con la cabeza rapada. Fuimos a dar la vuelta a un entronque para recogerlos. Volvimos a pasar donde el autobús, pero ya no estaban. Corrieron y la policía municipal los quiso atropellar. Se metieron a la colonia Pajaritos.

“No sabíamos dónde habían ocurrido los ataques. Preguntamos. Le pedimos a un taxista: ‘llévenos, le pagamos’. Nos respondió: ‘no, tengo prohibido ir para allá’. Nos metimos al centro y vimos unas patrullas con las torretas encendidas. Nuestro coraje y nuestra rabia eran muy grandes. Comenzaba a chispear. Estábamos en pleno Zócalo de Iguala.

“Una señora nos indicó: ‘muchachos, váyanse derecho, allá están sus compañeros, están mal’. Agarramos toda la Juan N. Álvarez hasta llegar a los autobuses. Habían puesto piedras en los casquillos. Estaban periodistas, maestros, normalistas. Dije: ‘¡no manches’ y me subí al camión.

Había sangre, camisas, los asientos perforados. Tomé varias fotos. Los chavos lloraban. Trataba de darles ánimo. ‘No te agüites’, les decíamos.

“Esperábamos que llegaran las autoridades, el MP, los peritos, a hacer las diligencias. No llegó nadie. Al contrario. Se hizo más noche y empezó a llover poquito más fuerte. Eran como las 11 y media y se escuchaban las balaceras. Cuando dieron las 12 éramos muy pocos. Acordamos hacer allí la rueda de prensa e irnos.

“En la Urban en que yo iba llegó también Édgar Andrés Vargas. Estábamos en la Juan N. Álvarez. Los chavos comenzaron la rueda de prensa. ‘Aguanta’ –dije a Édgar–, ‘voy a escucharla’. Saqué mi celular. Tomé una foto donde había caído Aldo. Estaba un charco de sangre cuajado. Venían dos carros despacito y se detuvieron. Salieron unos sujetos. Uno se hincó y otro quedó parado. Dispararon una descarga al aire. La gente comenzó a gritar. Una reportera se tropezó conmigo. Me caí con ella. Eso me salvó la vida, porque los siguientes balazos fueron contra la rueda de prensa.

“Todos salieron en estampida como pudieron. Brincaron bardas, se metieron abajo de los carros, se escondieron. Me arrastré y me puse en la segunda llanta del primer autobús. Aguanté. Escuché: Una ambulancia, una ambulancia. Un balazo le destrozó al compañero Édgar la mandíbula, la boca, los labios. Tomé dos fotos de él, así como estaba. Fueron seis minutos de balacera.

“Lo cargamos. El dolor lo hacía desmayarse. Lo animábamos: ‘no te mueras, oaxaco, no te vayas’. Con el miedo, empezamos a correr. Una señora nos dijo: ‘muchachos, allí está el hospital Cristina, métanse porque si no los van a matar’. Había dos enfermeras y no nos querían abrir, hasta que entramos a fuerza.

En la normal no creíamos en el gobierno. Luchábamos simplemente por la igualdad. Pero nunca pensamos que fuera capaz de esto. Al pobre se le incrimina y a los delincuentes se les premia. Es muy triste.

La noche de Iguala es una herida abierta. Sin verdad, ni justicia ni reparación del daño, Ulises carga con el enorme dolor de la agresión que vivió pero, también, el no saber dónde están sus compañeros. Conserva intacta la gratitud hacia su escuela. “En Ayotzinapa –concluye– nos enseñaron a pensar y a despertar la conciencia.”

X: @lhan55

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