Archivo 2005

Un solo detenido: Nazar Haro

Insuficiente el trabajo de la Fiscalía especial para castigar delitos del pasado

Juan Marcial

Febrero 19 del 2004

A casi cuatro años de creada, la Fiscalía especial para investigar delitos del pasado sólo tuvo un detenido en el penal de Topo Chico, en Nuevo León: Miguel Nazar Haro, quien afirmó que fue y es incapaz de torturar o asesinar a una persona. Ahora se dice inocente, pues sólo sirvió al país y que lamenta que después de estar en la cúspide del poder, hoy, viejo y enfermo, deba purgar pena de cárcel.

A pesar del surgimiento de la Fiscalía especial, a cargo del doctor Ignacio Carrillo Prieto, la sociedad siempre ha creído que este hecho sólo fue un acto superfluo del nuevo gobierno foxista para taparle el ojo al macho, ya que siempre ha tenido claro que los verdaderos culpables de esos crímenes de lesa humanidad nunca recibirán castigo. Los hechos así lo muestran.

Si México ha firmado acuerdos internacionales que establecen que los crímenes de lesa humanidad sobre quienes piensan diferente a los que detenta el poder, no prescriben, por qué los responsables no fueron castigados durante más de 30 años, cuando aún muchos vivían.

Hoy, la Fiscalía especial tiene la obligación moral de traer al general Manuel Díaz Escobar de donde se encuentre, pues él participo en la preparación de los legendariamente nocivos Halcones; de localizar a Luis de la Barreda Moreno, quien como Nazar Haro, estuvo al frente de la Dirección Federal de Seguridad; de solicitar el encarcelamiento de Luis Echeverría como autor intelectual de la represión estudiantil en el 68, así como en el 71; buscar que los generales Acosta Chaparro y Quiroz Hermosillo sean juzgados por el ministerio público y no por las leyes militares, entre otros.

A continuación un testimonio que deja en claro la culpabilidad de Nazar Haro durante su participación en la llamada guerra sucia.

Testimonio de Lourdes Uranga López en torno a Nazar Haro.
El 25 de enero de 1972 fui secuestrada por la incipiente Brigada Blanca por pertenecer a un grupo guerrillero (Frente Urbano Zapatista). Lo llamo secuestro porque no medió ninguna orden de aprehensión y se realizó con extrema violencia y despliegue de fuerza. Los nefastos esbirros todo lo pisoteaban. Recuerdo que no rodeaban las camas sino que daban zancadas encima de ellas. La casa estaba rodeada, en azoteas y calles había gente armada

Entraron a la casa como 15 hombres y en una operación tipo comando nos amagaron con armas de alto poder y golpearon (a mi compañero Roberto Tello Alarcón y a mí).

No volví a ver a nadie más hasta tres o cuatro días después que me quitaron un momento la venda de los ojos. Me transportaron a un lugar desconocido a unos 40 minutos de la casa que estaba ubicada en la colonia Escuadrón 201. Tirada, amordazada, maniatada y vendada en el piso de un vehículo, los agentes llevaban sus pies encima de mi cuerpo presionando para que no me moviera.

En ese lugar fueron los interrogatorios, permanecí sentada en una silla a la cual estaba atada, a veces tirada en el suelo sin cubrirnos del intenso frío. En este centro clandestino de detención, había soldados; su modo de conducirse y de obedecer, cuadrarse (supongo) y demás correspondían a la instrucción castrense.

De nuestro grupo fuimos los últimos en llegar porque a mi hermano, a Carlos Lorence y a Margarita Muñoz, los habían detenido algunos días antes. A Paquita Calvo y a su compañero, el mismo día que a nosotros y a María Elena Dávalos no me acuerdo. Era un lugar bastante deteriorado donde se percibía el olor a estiércol de caballo o vacuno. Cuando queríamos ir al baño, un soldado nos llevaba y realizábamos esas imperiosas necesidades que yo hubiera querido que desaparecieran porque no podían soportar el bochorno de tener que realizarlas delante de no sé cuantos, cuando menos el que me llevaba pero se ponía a hablar con otros y yo deducía que me estaban mirando. Mi menstruación se convirtió en una desgracia más de la que no dije nada, sobretodo porque me habían preguntado si estaba embarazada. Dije que si, pensando que esto limitaría su violencia. Pero éramos tantos que no creo que pudieran llevar un control sobre estos detalles porque los soldados no eran los interrogadores sino un grupo entrenado y especializado al mando de Nazar Haro.

En los interrogatorios siempre mencionaban a mis hijos; para intimidarme, me golpeaban y me hacían oír las voces, los ahogados lamentos de muchos compañeros en el momento de su tortura. Así oí la manera tremenda cómo golpearon a mi hermano Francisco Uranga López. Éramos muchos (50 o más) que me imagino que no les dio tiempo de torturarme más, además de que no me consideraron tan importante porque al interrogarme quisieron golpear mi orgullo y me dijeron que entonces yo no sabía nada y que yo era la gata de los demás. Les contesté que ellos mismos ya me habían valorado. Esto me favoreció pero probablemente perjudicó a mi hermano, a Carlos Lorence, Paquita Calvo y a Margarita Muñoz, que fueron cruelmente golpeados, sobretodo mi hermano.

Llegó Hirschfeld o lo llevaron para reconocernos (fue el personaje que meses antes habíamos secuestrado). Cuando me quitaron la venda y vi a Nazar, él dirigía el careo en plena usurpación de funciones del poder judicial. Estaba orgulloso de su papel y se jactaba queriendo hablar conmigo sobre su triunfo. En ese momento nada más estaba yo. Supongo que nos pasaron uno por uno. No sé si a mis compañeros también les quitaron la venda. Hirschfeld no me reconoció porque no me había visto nunca pero las declaraciones ya estaban arregladas. Un día o dos después nos hicieron firmar esas declaraciones con una señora del Ministerio Público que realizó el trámite en la misma cárcel clandestina.

En otro momento pude ver a unos acompañantes de los que me estaban interrogando, vi a uniformados de manera distinta al Ejército mexicano, camuflageados de batracios. Lo que llegué a creer es que me dejaron ver a propósito para aterrorizarme.

Después estuvimos en los separos de la procuraduría ya sin las vendas en los ojos y sintiendo el cuerpo molido. También estuvimos en los sótanos de Tlaxcoaque, unos galerones de donde habían sacado a todos los presos para meternos a nosotros. En el mugroso galerón donde estuve, el registro de la cañería de dos metros por sesenta aproximadamente, estaba abierto y las ratas pululaban. Había unas 10 camas de cemento con una capa de mugre que nunca pensé ver acumulada de esa manera y afortunadamente una pequeña llave de agua con la que lavé sin jabón lo mejor que pude mi ropa interior y mi pantalón. Mis manos, mi cara, mi cuerpo supieron de un poco de agua. Los celadores me amenazaban con cambiarme de galerón para que me violaran los teporochos del galerón contiguo.

En los traslados, de la cárcel militar a los separos de la procuraduría y de los galerones de Tlaxcoaque, el despliegue de fuerza era impresionante. El Ejército flanqueaba nuestro paso. Eran cientos. Cuando nos presentaron a la prensa en Tlaxcoaque pensamos que ya nos habíamos salvado porque en la cárcel clandestina pudimos haber sido liquidados.

En ese momento hice un balance mental pensando que no hubiera creído que se pudiera sufrir tanto y soportarlo, creyendo que no podía haber algo pero ¡qué equivocada estaba! Después supimos de una bebé torturada delante de su madre para que hablara, de desaparecidos, de ejecutados, de arrojados al mar, tantos horrores de los que no sabremos nunca

El día 2 febrero de 1972, ingresé a la cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla. Días después que mi solidaria y valiente madre pudo vernos, me contó que se habían robado todos los muebles, los juguetes de mis hijos, sus ahorros escolares, el acordeón de mi hijo, el refrigerador y camas. Dejaron sólo trapos y papeles tirados como huella de su paso. Nuestra casa estaba amueblada con el producto de nuestro trabajo. Yo trabajé hasta el último momento antes de nuestro secuestro.

Roberto Tello pasó siete años en prisión por el delito de repartir dinero en las colas de la leche Conasupo días antes de la navidad de 1971. No participó en otra acción.

Nosotros queríamos transformar la sociedad pero independiente de nuestras intenciones desde el punto de vista de la ley, todos pagamos; yo, con la cárcel, exilio y la separación absoluta por 8 años de mis hijos, la tortura de un duelo por nuestros compañeros que llevaremos por toda la vida.

Muchas de las víctimas no habían participado en nada que pudiera ser considerado delito y supieron de la represión más despiadada.

Yo, efectivamente participé en una guerra en donde los guerrilleros teníamos una moral y un comportamiento revolucionario al que no podíamos faltar. La Brigada Blanca y en general la policía y el Ejército, ejecutaron una guerra sin ética, sin límites.

¿Ante tanto indecible crimen cuál será el castigo a Nazar Haro? ¿Realmente será castigado?

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