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De capitanes y maestros

Luis Hernández Navarro

Noviembre 7 de 2023

Este 17 de noviembre se cumplen 40 años de la fundación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Seis personas, tres indígenas y tres mestizos, una mujer y cinco hombres, establecieron en Tierra y Libertad, hasta el fondo del Desierto de la Soledad, donde no había ni un alma, un campamento guerrillero. Nueve meses después, en agosto-septiembre de 1984, se unió al contingente el capitán segundo Marcos.

Tres años más tarde (17/11/1986), en el campamento El Recluta, Marcos presentó su examen para ascender a capitán primero. Su influencia en la región había crecido significativamente. Tenía bajo su mando, al menos unos 60 insurgentes. Pasó a ser subcomandante. En su gorra colocaron una estrella roja de cinco picos.

El 26 de mayo de 2014, el subcomandante Marcos murió y dejó de ser el portavoz de los rebeldes. Su lugar lo ocupó el subcomandante Moisés. Marcos renació como el subcomandante Galeano, en honor de José Luis Solís López, educador asesinado por paramilitares de la Cioac. Apenas hace unos días, en su comunicado ¿Los muertos estornudan?, se anunció el fallecimiento del SupGaleano. El mensaje tiene la firma del capitán insurgente Marcos.

La llegada en 1984 del capitán Marcos a la selva coincide con el avance de las revoluciones en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. En las más remotas comunidades de la Lacandona podían escucharse Radio Habana, Radio Sandino y Radio Farabundo Martí. Engarza, además, con grandes movilizaciones magisteriales, campesinas e indígenas y con el avance de la iglesia progresista en la región, encabezada por el obispo Samuel Ruiz.

En el estado detentaba el poder la familia chiapaneca, en lo que parecía una novela de B. Traven. Estaba integrada por abusivos finqueros que explotaban salvajemente la mano de obra indígena y ejercían el derecho de pernada, practicaban la ganadería extensiva depredadora y talaban bosques y selvas. Para su protección y el sometimiento de los descontentos, disponían de guardias blancas y de los servicios del Ejército. La memoria de los agravios vividos en las fincas y en el dolor de la pobreza de los parajes de los Altos estaba a flor de piel de los indígenas que los padecieron como peones acasillados o campesios y colonizaron la selva en un moderno éxodo, pero también de quienes, como en Simojovel, Huitupán o Salto del Agua, los seguían sufriendo hasta a los 80.

A su regreso a Chiapas, el núcleo promotor del EZLN se topó con cientos de comunidades politizadas y cohesionadas, multitud de dirigentes indígenas auténticos (muchos formados por la iglesia) sin vínculos con el PRI y con organizaciones sociales con cada vez menor capacidad de gestión. Y con una salvaje represión. La combinación de la lucha por la tierra, la apropiación del proceso productivo y la palabra de Dios formó un potente coctel asociativo que, sin embargo, estaba incompleto. Pese a sus proezas organizarivas, de su formación y sus luchas, la discriminación, el maltrato y la humillación persistían. La ruta de los fierros, impulsada por los zapatistas, dio a las comunidades lo que el gobierno hecho finca les negaba: satisfacer su deseo de saber, la reconstitución como pueblos, el orgullo de ser quienes eran, la dignidad rebelde.

Bastaron 10 años para que ese núcleo original de seis personas se convirtiera, como Espartaco, en miles. A partir de 1992 las comunidades comenzaron a acordar declarale la guerra al gobierno. Guardaron el secreto, hasta que el 1° de enero de 1994 se alzaron.

Ese hermetismo también lo procuraron los maestros que trabajaban en escuelas de poblados zapatistas y vieron cómo la fiebre de la revolución crecía en ellos. Al igual que los papás de sus alumnos, silenciaron lo que sucedía ante sus ojos.

Uno enseñaba con otros dos profesores en una escuela multigrado en San Miguel, cerca de La Garrucha. Desde que estudiaba en la Normal Rural de Mactumactzá escuchaba que había grupos armados de este lado del río Lacantun. Pensaban que se trataba de las guerrillas guatemaltecas. Otros sabían que el EZ (al que nombraban sin la E) ya andaba organizándose y visitando pueblos. En la normal estaban prohibidos los grupos ideológicos, pero actuaba el Partido de los Pobres, los chapines y chavos que apoyaban a los que tendrían como uniforme pantalón negro, camisola café, gorra y paliacate o pasamontañas.

En San Miguel sólo quedaron las mujeres y los niños. Los hombres ya no estaban en la comunidad. Se movieron a la Montaña. No se sabía cuándo iban a irrumpir armados, pero había la certeza de que estaban organizándose en una guerrilla. Tenían un absoluto respeto a los maestros. Nos pedían que no comentáramos nada. Los muchachos de secundaria del equipo de futbol dejaron de ir a jugar. Era normal que desaparecieran. Tras 1994, el combinado se llamó EZLN. Su logo, la figura del Che.

Platican: “La vida en las comunidades era muy organizada. Los zapatistas son muy disciplinados, muy organizados, muy aseados. Cada quien sabía lo que tenía que hacer. Eran evidentes los cambios en los jóvenes. Los niños tenían una visión muy crítica de la sociedad. En el desfile del 20 de noviembre, se vestían con paliacates, pasamontañas y rifles de palo. Llevaban caballos. Sus consignas eran: ¡Zapata vive, la lucha sigue! ¡Muera el mal gobierno! Era una algarabía. Cantaban canciones de la guerrilla.

La irrupción del EZLN provocó un giro en la percepción social de lo que son los pueblos indígenas. Sacudió la conciencia social. Muchos maestros se adhirieron a las caravanas de solidaridad con los zapatistas. También a los Cordones de Paz en San Cristóbal y en San Andrés. Ahí estuvimos, dicen orgullosos.

Después del levantamiento, trabajamos en la región como cuatro años más. Luego se convirtieron en escuelas autónomas. Salimos por petición de ellos, pues ya habían empezado a formar sus propios educadores. Igual, allí siguen las comunidades en resistencia y el capitán.

Twitter: @lhan55

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